[Privado | YooChun] Experiencia.

La proximidad del Verano se anuncia sin mayores formalidades. ChangMin ya se siente un experto en percatarse de los cambios de estación tras un par de años en la ciudad. Las noches frescas de Primavera comienzan a templarse de a poco, como si el calor tanteara calle a calle haciendo amago de una presencia que se instalará con potencia en Julio y Agosto. Por estas fechas, ChangMin sabe que no tiene más opción que ir sacando las ropas ligeras e irse acostumbrando a los aromas y olores potenciados por la temperatura, corrompidos a su vez por la misma y la aglomeración.

El turismo es poco, pero en Julio no quiere pensar en la cantidad de gente que recorre las avenidas al punto de hacerlas sofocantes. La sensación térmica es una sentencia.

Pero también tiene muy claro que más que las personas, más que el Verano mismo y por mucho que ame lo que hace, ese olor pútrido atravesará su mascarilla y lo perseguirá camino a casa porque se impregna en sus narices y ropa, haciéndolo aún más nauseabundo si es que sale del edificio a las doce del día con el Sol en lo alto. A diferencia de los demás él no tiene vacaciones este verano. Él tiene un trabajo y horas que cumplir.

Tal como hoy.

Mira su reloj en la muñeca derecha que marca fríamente que son las una menos cuarto de la madrugada, acto acompañado por el sonido de la puerta cerrándose tras de sí. Acomoda el bolso en el hombro y suspira, aprovechando que puede suspirar aún sin sentir que algo le quema; y se adentra en la calle a pasos tranquilos, debatiéndose mentalmente si acaso beber un café o no. El olor a conservantes y formol lo persigue. Es eso justamente lo que lo hace dudar, porque el perfume del café reconforta. Lo aprendió a lo largo de sus años en la Universidad cuando su único verdadero y leal compañero era un tazón de café, cuando aún no se difuminaba entre el aroma de alguna sustancia de laboratorio y más tarde por el hedor mismo de los cadáveres.

El debate está presente porque su nariz está casi inhabilitada con la pestilencia del Formol, casi paranoico en que no pudo quitárselo en la ducha del Centro.

Los ánimos decaen con el avance de sus pasos y toma una decisión: Comprará algo para comer si acaso encuentra un local abierto antes de que pase un taxi desocupado. Su atención se dirige a los coches, a las tiendas cerradas y a ese susurro que por fin se hace escuchar, recordando el cuerpo que acaba de guardar en la morgue. Un millón de interrogantes se presentaron cuando tuvo que llamar al médico a cargo de la sección para pedir una opinión, hombre que con extrañeza le dirigió la mirada y fueron a ver el cadáver en sí. Y su reacción no hizo más que causar más interrogantes. Porque ni una gota de sangre había en ese hombre y determinar la hora exacta de muerte era demasiado ambiguo. Entre el clima, entre la causa, entre la herida.

Los pasos se detuvieron mas no las cavilaciones.

Y es que hay un dejo de misterio y una incertidumbre que lo aqueja segundo a segundo aun cuando el trabajo está hecho.

Gruñó por lo bajo sin percatarse realmente de nada.

Entonces una voz medianamente profunda lo sacó de su mundo de muertos y tragedias. Rápidamente levantó la vista hacia la dirección de donde la pregunta se emitió, procesando -demasiado lento a decir verdad- el contenido de la misma.

Segundos que parecen minutos y el tiempo necesario para terminar de hilar lo que está sucediendo, analizando pobremente a ese emisor desconocido que tiene el descaro de sonreírle por su, aparenetemente, extendida distracción del mundo real. Y lo que es peor aún ¡está frente a un cafetería y no sintió el aroma a dulces que proviene del interior! ¿Quién eres y qué hiciste con Shim ChangMin? Esa pregunta retumbó en sus pensamientos porque la comida y él son inseparables y no puede concebir, bajo ningún concepto, que un cadáver haya desplazado al mayor, primer y único amor en su vida: la comida.

Tratando de abandonar la expresión de sorpresa (intento fallido) para pasar a uno más neutral y que saque de apuros, hizo una venia no muy pronunciada.

—Lo siento —se apuró en responder pensando en que probablemente ha sido interrogado por interferir en el camino—. Ingresar —agregó al segundo dando vuelta a sus pies y entrando finalmente al local. El aroma llegó a sus narices y sintió alivio de poder disfrutarlo incluso ahora. Con cierta fascinación admiró la serie de dulces en el mostrador, sin terminar por decidirse si llevar uno o de todos un poco, porque todo se veía condenadamente delicioso y la maldita azúcar a esas horas no lo dejaría dormir, pero qué más da si ya oía su estómago rugir por las delicias.

En el momento en el que iba a hacer la pregunta rápida para conocer de qué está hecho cierto pastelillo, la mano que pretendía hacer un gesto para llamar la atención del dependiente se detuvo a medio camino, no muy lejos de su rostro y la llevó a la nariz. El suave olor del látex de los guantes quirúrgicos llegó como un deja vú más el olor a carne muerta (aunque este en realidad fuera paranoia de él mismo).